domingo, 23 de agosto de 2009

5. El Cementerio de barcos


El viaje continuó sin aquellos que dieron su vida en la lucha contra los aparecidos de El Arnoriano Errante, tres valientes dormían ahora en el fondo del mar. Los más que llevados por el terror abandonaron a sus compañeros fueron duramente tratados por Vengaree y azotados cinco hombres por Haldir para dar ejemplo al resto de los cobardes.Justificar a ambos lados
Mientras, hora tras hora, las tormentas que Sunthas había predicho se acercaban a medida que recortaban leguas de la ruta que los llevaba al Cabo de Andrast. La tripulación, repuesta pero temerosa del destino que les aguardaba, trabajaba duramente para gobernar el navío de madera negra. Justo el día antes de alcanzar la jornada definitiva arribaron a un islote, antiguo faro y embarcadero gondoriano, luz de guía en los viajes en tiempos antiguos. "Estos muros deben ser de los tiempos del buen rey Eärnur, el último monarca de Gondor", dijo pensativo Adrahil. "Era un poderoso guerrero que luchó en los tiempos de la caída del reino del Norte y orgulloso y poderoso como era, aceptó en una mañana fría de invierno el reto del mismísimo Rey Brujo de Angmar, que años antes había huído en los campos llenos de sangre de Annúminas mientras hasta la última de las bestias del Enemigo caía muerta. Partió solo y nunca nadie lo volvió a ver caminar sobre este mundo"

Aquellas dos noches siguientes pertenecieron al reino de la pesadilla cuando los espectros reaparecieron en el barco, llorando y gritando por sus vidas añoradas, sus hijos perdidos, sus padres amados. Nadie pudo descansar pues los lamentos plagaban las cubiertas, en esa última vigilia los usûluni interrogaron duramente al capitán para averiguar con horror que aquellos aparecidos asolaban y perseguían los sueños de todos en cada viaje desde hacía tres años, desde que aceptaron un envío de unos cajones de madera desde Annon Baran a un islote en alta mar. Vengaree arrojó esos cajones sin siquiera pensar en un momento en su carga hasta que cuando la último caja tocó el mar se abrió y pudo verse un rojo sudario, ese fue el comienzo de la maldición y el fin de la paz del Calamidad.

Así lentamente las últimas estrellas se apagaban mientras las negras nubes de tormenta llenaban los cielos y las olas salpicaban la cubierta, los marinos se aprestaron en sus puestos y Urvalt el deforme, agarraba el timón como una esposa infiel, Vengaree gritaba sobre la galerna dando órdenes a los hombres que Haldir repetía con redoblada furia. Nadie sabrá por qué, si fue el propio destino del Calamidad o la fatalidad que les perseguía desde que partieron de Dol Amroth, pero una de las velas se rajó como una mortaja seca y el barco negro bandeando sin control acabó contra las duras rocas de los arrecifes. Adrahil lo escribió en su diario como el choque lo sorprendió en la cubierta y como la mitad de los marinos salieron despedidos de cubierta como empujados por una bestia invisible y cayeron al mar y a las rocas y allí perecieron otros buenos hombres, tragados por las aguas impenitentes del Gran Mar. Pero cuando la tormenta amainó y se contaron las bajas, ocho bravos habían perecido tragados por las aguas oscuras y llenas de espuma, se anotaron sus nombres y unas breves palabras de Vengaree sirvieron como todo funeral.

Pero Gulthar el del ojo agudo se sobrecogío ante el paisaje que observaba desde la cofa del vigía, aquel que había soportado con valor el paso a través de los Senderos de los Muertos, que había ollado con sus pies los caminos plagados de enemigos en la Colina de la Hechicería, pues hasta donde su vista alcanzaba el cabo de Andrast mostraba su cara más amarga o sólo la cara que el Calamidad podía ver, decenas de navíos arrastrados por las tormentas habían dado con sus maderos contra los arrecifes de la costa, tantos que apenas podían contarse.

Un grito de auxilio rasgó la niebla, los tripulantes de un antiguo barco corsario gondoriano yacían exángües, el capitán Vaclaf Runder del Diablo Rojo gritaba a pleno pulmón. Y así, una vez más, la maldición de los fantasmas que poblaban los sueños del Calamidad atrajo a todos los desesperados que moraban en las Sombras y esos naúfragos rescatados atacaron sin piedad revertidos a su forma original mientras los hombres dormían. Dîn y Dolin, los valientes enanos y Forak Sangresucia se batieron con el valor que da la desesperación de saberse el único obstáculo entre la aniquilación y la vida.


El camino del Calamidad medraba sobre una alfombra de algas, sangre y huesos.

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